Doña Adela me decía:
- No se castigue mas sr. ¡Que mala vida lleva usted!. Tooodas las noches se las pasa metido en este antro sin luz y repleto de papeles polvorientos que más parece pocilga de chanchos que su dormitorio, que lo usa para todo menos para dormir.
Y me dejaba su cariño de interina, mirándome con ternura y con cierta desesperación.
Ana, la hija del gobernador, me decía, mientras Rafael construía carreteras blancas sobre el cristal de mi mesilla de noche y ella acariciaba mi desnudez con la suya apoyada en mi cuerpo:
- No castigues más tu cuerpo. Te lo ruego. No lo rompas, guárdalo un poquito.
Y me besaba parándose en todos los caminos del amor y sacaba de mí cuanto tenía, alterando el tiempo de los relojes cotidianos.
Al atardecer llegaba la cocaína y el wiskye se transmutaba en agua. Todo relucía alrededor como una fiesta adornada con faroles de luz de día y brillaba el sol en el mismo centro de la noche. Los proyectos se quedaban en proyectos cuando los colores, las luces y los soles se disolvían y una oscuridad peremne se adueñaba de las bellezas anteriores y obligaba a un sueño intermitente deseándo no despertar a la pesadilla eterna de cada anochecer diario.
En las mañanas era la corbata, la americana, el coche, la cartera de clientes y los posibles clientes bajo el brazo. Zaragoza brillaba con sol de invierno y siete bajo cero en los termómetros, el día ofrecía el trabajo, la rutina y el dinero. Apenas 27 años de vida (uno y medio muerto en el ejército) y muchos otros olvidados en clandestinidades y revoluciones que nos dieron mas desencantos que frutos en los conbates estériles contra el general que se fué porque él lo quiso... nunca le apartamos.
seguiré con ésto
jueves, 23 de octubre de 2008
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